Los libros de Cutler

Para entender de qué va todo esto las referencias principales son dos libros de Andrew H. Cutler. Son fundamentales, sobre todo el primero:

Amalgam Illness: Diagnosis and Treatment

Hair Test Interpretation.

viernes, 29 de febrero de 2008

Historia II

Así que el cansancio me acompañó a lo largo de toda la juventud, pero iba y venía y me dejaba hacer muchas cosas a veces. Pude estudiar una carrera, hacer el doctorado, irme al extranjero a hacer estancias de investigaciónl, sacar una oposición... Pero a ratos, por temporadas, me moría de cansancio.

Lo peor fue la niebla mental. Ahora puedo recordar muchos episodios que en su momento no reconocí como tales, pero a la luz de la experiencia veo claro que era niebla. El primer episodio que me alarmó tuvo lugar en clase, por el año 99 o así. Una alumna me preguntó por la regla de la cadena. La regla de la cadena es para un matemático algo así como para una monja el Padre Nuestro. No sé si es buena comparación. El caso es que la alumna era de tercero y no entendía la regla de la cadena para funciones de una variable real, que es materia de primer curso. Yo, con mucha paciencia, empecé a explicársela, pero no pude.

¡No me sabía la regla de la cadena! Pero esto no era posible. Yo fui muy buen estudiante y eso me lo sabía muy bien. Era otra cosa. Como la incapacidad que uno tiene de hacer un esfuerzo muscular después de estar agotado, exhausto, pero con el cerebro. Algo no funciona. No puedes.

Me alarmé un poco. Pensé en lo que podría ser y decidí que sin duda era que estaba muy gordo.
Es verdad, mido 1.80 y pesaba 116 kilos. Eso es estar bastante gordo. Empecé a hacer footing. Al principio fue terrible, no aguantaba tres minutos corriendo, pero poco a poco fui mejorando y acabé con 84 kilos y siendo capaz de correr una hora sin problemas. No he tenido mejor forma física en la vida. ¡Qué gusto! Disfruté mucho corriendo. Mi salud mejoró. Las infecciones que tenía antes muy frecuentemente desaparecieron. La niebla no volvió... durante cuatro años.

En el 2003 algo se empezó a torcer. Comencé a tener dolores musculares. Antes los había tenido, contracturas que no se me quitaban en meses, pero esta vez era distinto. Al correr, me empezaron a doler las pantorrillas. Fui a un médico especialista en medicina deportiva y recibí por primera vez una respuesta que luego oiría muchas veces: no tengo nada.

Pero ya no pude correr más. Los calambres eran terribles. Sustituí correr por pasear. Y volvió el frío. En algún momento, antes del 2000, había tenido ya episodios de frío glacial. El cuerpo se me helaba y no había forma de calentarlo. Con la carrera desapareció el problema, pero ahora volvía con fuerza. Y volvió la niebla, con más fuerza aún. Los problemas se hicieron tan frecuentes que iba asustado a cada clase. De repente miraba la pizarra y no entendía nada. Me hablaban y no entendía, o no sabía qué decir. Me perdía en la calle. No sabía hacer la declaración de la renta, o dar el dinero del alquiler a mi casero.

Debo decir en favor de mi casero que siempre me devolvía el dinero que le daba de más. Bueno, o eso me decía él.

Perdí mi libido. Me salió una curiosa enfermedad que hace que te duela el pene en erección: la enfermedad de La Peyronie. Menos mal que con la libido que me quedó no tenía muchas erecciones (Dios aprieta, pero no ahoga). Comencé a tener una infección tras otra. Y ese frío, que no desaparecía en todo el invierno. Perdí la fuerza muscular. Hasta sostener el teléfono se me hacía algo imposible. Pasé de ser un hombre fuerte a no tener fuerzas para casi nada. Además tenía dolores de cuello y de espalda que no se iban. Mis intestinos parecía que casi no funcionaban ya. Engordaba. Pesaba ya 96 kilos.

Fui a médicos. Muchos médicos. De familia, endocrinos, neurólogos y psiquiatras. Unos me hicieron caso y muchas pruebas, otros no. Pero todos coincidían en que no tenía nada. Supongo que debo alegrarme, porque me podían haber dicho: "usted tiene un cáncer en el cerebro y le quedan seis meses de ver a sus hijos. Aprovéchelos como pueda." Eso no pasó.

Entonces descubrí la macrobiótica. Parecía una verdadera locura, pero no tenía mucho que perder. Una dieta tradicional japonesa: comida de pájaros, dice una amiga mía. Arroz integral, algas, miso, verduras... Comencé en febrero de 2004. Durante tres años fue mi salvación. Hasta mi colita se arregló. ¡Volví a tener erecciones! ¡Y no me dolía!


¡Qué bien me sentí con la macrobiótica! Pensé, otra vez, que había dado con la solución a mis problemas. ¡Qué maravilla! Uno se tiene que acostumbrar a desayunar sopa de miso, pero cuando lo has hecho te parece estupenda y te sientes fenomenal. Adiós niebla, adiós problemas. Adelgacé, quizá mucho, hasta los 68 kilos. ¡Pero me sentía tan bien!

Hasta este invierno pasado. Octubre de 2007, más o menos. Vuelta la burra al trigo. Hola a todos mis viejos amigos. Niebla, frío, infecciones, cansancio, debilidad... La macrobiótica había fallado. ¿Qué era lo que podía estar pasando? Entonces me dí cuenta: mi padre fue alquimista y esto era un envenenamiento probablemente debido al mercurio que utilizó tanto y seguramente agravado por las amalgamas dentales que llevé tantos años.

7 comentarios:

  1. pues menos mal que tenias niebla mental,si no ahora que estarías,trabajando para la NASA,no?

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  2. La pregunta de ¿dónde estaría yo si no hubiese sido tóxico?, creo que no tiene respuesta.
    Prefiero alegrarme de (creo) haber encontrado la causa, porque empezar a reflexionar sobre si podría haber sido más listo o más lo que fuese... es estéril. No se puede volver al pasado.

    Con un poco de suerte, uno se podrá desintoxicar y quizá tener unos años buenos y disfrutar de algunas cositas que hasta ahora parecían inaccesibles. ¡Me gustaría volver a oler, por ejemplo!

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  3. Hola Antonio soy Ana Fuster, te conteste en el grupo de autismoymercurio. He estado viendo tu blog y me parece magnifico, esta realmente completo y es, como ya pensaba, super-interesante saber que sientes somentiendote a la quelacion. Por desgracia mi hija no habla y no me lo puede contar. Espero seguir en contacto contigo y te contare sobre nuestra experiencia, pero voy a esperar que me contestes este mensaje, porque nunca habia entrado a un blog y no se si lo estoy haciendo bien. ( mi fuerte no es la informatica). Un beso y hasta pronto

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  4. Hola, Ana.
    Muchas gracias por tu comentario.
    ¿Cómo está tu hija? ¿Qué está tomando? ¿Has notado algún progreso?

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  5. HOLA, MI HIJO TIENE AUTISMO Y LE HAN RECETADO EL DMPS EN CREMA LLEVA SOLO 4 APLICACIONES Y HE NOTADO SOLO QUE EVACUA CON MAS FRECUENCIA QUE DEBO DE ESPERAR??? HAS SABIDO DE CASOS QUE HAN MEJORADO CON ESTE PROTOCOLO?, SE QUE NO ERES MÉDICO PERO SIENTO QUE SABES MUCHÍSIMO SOBRE EL TEMA

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  6. Pues yo no sé muchísimo, lo siento! Sólo hago por sobrevivir.
    Respecto al DMPS transdermal, tengo entendido que Cutler no es muy entusiasta pero lo admite siempre que se use cada 8 horas o más a menudo. Suele dar problemas en la piel en la zona de aplicación.

    El DMPS no atraviese la barrera hematoencefálica, así que finalmente tendrás que usar ALA. Y sí, creo que hay muchos casos de niños recuperados o muy mejorados usando el protocolo de Cutler. Pero yo no conozco en persona ningún niño autista, así que mucho menos ninguno recuperado.

    Es un camino largo, Cutler dice que pueden ser necesarias 300 rondas. Ánimo.

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  7. Hola me gustaria sabe si tuvistes problemas con hongo o alimentos(alergias)
    Stephanie_b03@hotmail.com

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